Durante los primeros cuatro siglos en la historia de la Iglesia, los cristianos no adoraban la Eucaristía como hoy lo hace la Iglesia Católica. Se limitaban a conservar fuera de la Misa, con su mayor veneración, respeto y delicadeza, es cierto, una porción de la Eucaristía par servirse de ella en calidad de viático, como hoy día lo hacen aún los cristianos orientales, pues es sabido que, a la fecha, en las Iglesias de Oriente el depósito sagrado no se conserva para darle culto, sino para servir de auxilio sacramental para los enfermos que no pueden participar en la asamblea litúrgica.
El depósito de la Eucaristía era el secretarium, recipiente instalado en las sacristías de los templos, donde ya desde esas remotas fechas la Eucaristía era venerada, aunque en actos particulares de culto. Se sabe que en esa época las sagradas especies no siempre se recibían dentro de la Misa, pues algunos fieles que participaban en ella tomaban un poco del pan consagrado y lo consumían en sus casas al caer la tarde. También era común participar del banquete a los cristianos encarcelados (diligencia que desempeñaba el niño mártir Tarsicio, lapidado por negarse a entregar la Santa Comunión, según refiere su hagiógrafo san Dámaso).
A partir del siglo VI, a raíz de la reforma litúrgica implusada por el Papa San Gregorio Magno para corregir algunos abusos en la administración de los sacramentos, se reservó al clero buena parte de los atributos que hasta entonces caracterizaban la participación del pueblo en la Eucaristía; dicho clericalismo provocó el incremento de las devociones populares, una de ellas, muy favorecida, fue el culto a la Eucaristía fuera de la Misa, acto de piedad que en poco tiempo adquirió cierta autonomía, aunque sin sustituir esas distintas formas de culto el primado de la celebración eucarística.
A partir del segundo milenio de la era cristiana, el pueblo asistía a la Misa pero su participación activa era mínima, entre otras razones porque la lengua latina, oficial para la liturgia de Occidente, ya no era de uso común. Además, pocos fieles comulgaban, limitándose a ver o en el mejor de los casos, oír el rito de la Misa, circunstancia que obligó al IV Concililo Lateranense a decretar la comunión anual durante la Pascua. En otras palabras, en la medida que aumentaba la devoción a la Eucaristía en sus múltiples modalidades, disminuía la participación en el banquete eucarístico y el interés por actualizar en la celebración Eucarística el misterio pascual.
Por otra parte, al divulgarse la herejía de Berengario, quien negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía, se hizo opinión común entre los teólogos afirmar que la Misa era el medio principal para hacer patente la presencia de Cristo, y la consagración de los dones de pan y de vino, cuyo momento cumbre era la elevaciónb, el momento central de la Misa, tanto así que algunos fieles abandonaban el templo pasado el momento de la elevación.
La certeza en la presencia real de Cristo en la Eucaristía originó una nueva modalidad de culto, pero también cierta involución litúrgica, pues aumentaron las devociones eucarísticas en la proporción en la que disminuía la participación activa, conciente y piadosa de la asamblea en la Santa Misa.
La exposición pública y solemne de la hostia consagrada, depositaba primero en relicarios, que luego se convirtieron en ostensorios o custodias ricamente labradas, modificó incluso la disposición espacial de las Igleisas, diseñadas en lo sucesivo no tanto para que la asamblea participara activamente en las celebraciones litúrgicas, sino para que los fieles pudieran contemplar desde cualquier ángulo de la nave del templo la hostia, primro colocada sucesivamente, en medio del altar, después sobre el tabernéculo, finalmente sobre un trono monumental.
La Reforma luterana del siglo XVI, que propició la escisión de la catolicidad de algunas comunidades cristianas, marcó un rechazo tenaz al culto eucarístico, pues al negar el Sacramento del Orden y precisamente por ello, sostener que la presencia real de Cristo en el pan y el vino consagrados persiste solamente in uso, es decir, hasta la comunión, después de la cuál la presencia sacramental deja de ser en los dones de pan y de vino no consumidos durante la celebración, pues no se deben realizar actos de adoración a la Eucaristía, ya que serían equiparables a la idolatría.
La contrarreforma del siglo XVI, surgida debido a la situación anterior y sustentada en las disposiciones del Concilio de Trento, contribuyó a acentuar la tendencia al culto eucarístico marcada porla exposición pública y solemne de la hostia consagrada, en franca respuesta a las ideas reformistas y, dicha tendencia, con pocas modificaciones, llegó hasta el siglo XIX, época que marcó el inicio de los Congresos Eucarísticos Internacionales.
Entre las múltiples formas de devoción a la Eucaristía surgidas en los últimos tiempos, sin duda alguna los Congresos Eucarísticos Internacionales son la expresión más espléndida de la catolicidad de la Iglesia, superior aún a la colorida y solemne procesión del Corpus Christi instaurada durante el Alto Medioevo.
La devoción a la Eucaristía, por lo tanto, está presente y surgió solo en la Iglesia Católica a partir del segundo milenio, como puede concluirse después de lo expuesto anteriormente.
Los Congresos Eucarísticos Internacionales, deseosos de volver a los orígenes de la fe cristiana, insistieron, en su versión XXXVII, celebrada en Mónaco en 1960, en colocar la celebración Eucarística como centro y vértice de las manifestaciones eucarísticas.
A partir de esta fecha se ha buscado que todas las formas de devoción eucarística se encaminen a propiciar y fortalecer la celebración Eucarística, a que los fieles de verdad lleguen a la participación activa, fructuosa y plena en el Sacramento del Altar, que los conduzca luego a transformar su realidad, para unir, de esta manera, devoción, celebración y compromiso
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Fuente: José Guadalupe Miranda. "El culto a la Eucaristía desde la praxis de los Congresos Eucarísticos Internacionales". XLVIII Congreso Eucarístico Internacional, Boletín Informativo. Págs. 37-41. Guadalajara, 2004.
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