El XIX Congreso Eucarístico Internacional
8 al 13 de septiembre de 1908.
Gracias a las asociaciones de fieles laicos, entre ellas la Unión Católica, la Asociación Católica y la Federación Católica, fue posible, en gran medida, convertir el acto eucarístico del orbe en un acontecimiento apoteótico, de inusitado revuelo, en una ciudad de minoría católica: Londres, la capital de Inglaterra. Sitio en donde, durante cuatro décadas, durante el Reinado de Isabel I, no se pudo celebrar la Misa.
Se inscribieron más de seis mil extranjeros, cantidad rebasada por los congresistas no inscritos, que apenas encontraron lugar en la catedral de Westminster y en el enorme auditorio Albert Hall.
Casi todos los ingleses no católicos dieron muestra de gran tolerancia y respeto, aunque no faltaron reacciones de grupos protestantes, azuzados por algunas publicaciones de la prensa escrita, que se dieron a la tarea de ver el evento como un signo de la imposición del poder Papal, conjeturas inmediatamente descalificadas por el Cardenal Vannutelli, el primer Legado Papal en ser recibido en la capital del protestantismo anglicano desde el siglo XVI.
En la sesión de apertura, se dio lectura al comunicado del Papa san Pío X, a la noble estirpe británica, su deseo de unirse con ellos en la fe, gracias a la concordia surgida de la Eucaristía, ya que, como dice San Agustín, la Eucaristía es el sacramento de la piedad, signo de unidad y vínculo de caridad. El Congreso, a decir del Arzobispo de Bourne, en el discurso de apertura "...es un acto de culto y de fe, pero al mismo tiempo, es un acto de reparación hecho para expiar los errores del pasado".
El Congreso se desarrolló, como los anteriores, en ceremonias litúrgicas y de piedad, asambleas generales y asambleas particulares distribuidas en sesiones, en las que intervinieron, entre otros, el Cardenal Ferrari y el Cardenal Sancha y Ervas, los Arzobispos de París y de Montreal, los Obispos de Metz, de Namur y de Angers y el príncipe Maximiliano de Sassonia. Como muestra, están el tema expuesto por el Obispo Benzler, quien reseñó la "Obra y frutos de los Congresos Eucarísticos Internacionales", en poco más de un cuarto de siglo. El Canónigo Lamerand, trató "Los Congresos Eucarísticos Nacionales y Diocesanos"; asimismo se abordó "La Comunión Frecuente" y como nota de erudición, el padre Breton impartió la conferencia magistral intitulada "El influjo de la escuela teológica de Antioquía en el culto Eucarístico". El célebre benedictino Dom Puniet, habló acerca de los recientes hallazgos de antiquísimos textos litúrgicos sobre la Misa.
Hubo dos sesiones dedicadas a los católicos ingleses, a cargo de la Sociedad de la Verdad Católica, donde se habló de la dimensión social de la Eucaristía, como impulso de las obras de caridad. El príncipe Maximiliano de Sassonia dictó la conferencia "El Argumento de la Fe de la Iglesia Primitiva sobre la Doctrina de la Presencia Real"; y don Adriano Fortescue demostró cómo la fe en este sacramento se mantiene incólume tanto en la Iglesia Católica como en la Ortodoxa.
Admirables fueron las ponencias del Abad Gasquet, de Monseñor Moyes y del Obispo de Keating, acerca del culto a la Eucaristía en Inglaterra antes, durante y después de la Reforma Protestante. El tema expuesto por el jesuita Thurston fue "El Origen y Desarrollo de la Bendición con el Santísimo Sacramento" y Lord Llandoff renovó la protesta de los católicos ingleses contra el lenguaje blasfemo contenido en el juramento de coronación de los monarcas ingleses. Un lugar destacado en el Congreso se dedicó a la piedad eucarística de los católicos de Irlanda.
Las tres asambleas generales, en el Arbert Hall, reunieron diez mil espectadores. Los discursos corrieron por cuenta del Obispo de Namur, Monseñor Delamain, Obispo auxiliar de Cambrai, del Obispo de Melbourne y del Duque de Norfolk.
La víspera de la clausura, una delegación de niños jamás reunida en la historia: veinte mil, ocupó hasta el tope la Catedral para recibir la bendición del Cardenal Legado. Al día siguiente, domingo, se esperaba un número mucho mayor de asistentes a la procesión con el Santísimo, acto que debió suspenderse a petición del Primer Ministro inglés, presionado por el sector protestante del Parlamento. La solución se encontró realizando el apoteótico acto sin la Sagrada Eucaristía, con la que se bendijo a la multitud desde el balcón de la Catedral. Fruto de ese Congreso, fue la conversión al catolicismo del escritor Gilbert Keith Chesterton.
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Fuente: CHÁVEZ Alonso, Historia de los Congresos Eucarísticos Internacionales. Boletín Informativo #6. XLVIII Congreso Eucarístico Internacional. Guadalajara 2004. Págs.25-27.
Imágenes: Web
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